A la muerte del Marqués de Monterrón, que tuvo lugar en Vitoria a finales del siglo XIX , los habitantes del Cabizuela se llevaron una grata sorpresa.
El Marqués, además de poseer numerosas propiedades en el Pais Vasco, era dueño de varias fincas en las provincias de Salamanca y Ávila. En Cabizuela era de su propiedad el molino harinero y varias tierras.
En su certificado de últimas voluntades, hizo herederos de las 150 obradas de Cabizuela a los labradores de la cofradía de San Isidro, a los que también dejó tres pares de bueyes.
Cuando el hermano mayor de la cofradía llegó al Registro de Arévalo para aceptar los bienes donados, se encontró con que el testamento ponía una condición a la cesión de los bienes.
A cambio de las tierras y los bueyes, la cofradía y, por extensión, el Ayuntamiento de Cabizuela, debían dar cuatro medianas de pan y una cántara de vino (16 litros) una vez al año a los más necesitados del pueblo.
El ayuntamiento aceptó los bienes, y estableción como fecha del reparto el día de Nochebuena.
De esa manera, en los días anteriores a la Navidad, en los hornos de pan del pueblo, se dejaba de hacer bollos de manteca o perrunillas para hacer el pan de los pobres.
De la misma manera en los numerosos lagares se apartaban las cántaras de vino para los necesitados.
Esa costumbre se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX, momento en el cual las tierras comunales dejaron de ser roturadas, para pasar a ser los actuales prados y pinares comunales, en los que todos los vecinos han de tener derecho a llevar el ganado, en el caso de los primeros, y a recoger piñas y madera en el caso de los segundos, aunque el aprovechamiento pueda ser subastado.
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