miércoles, 30 de abril de 2008

Vamos a La Lucha

Era la víspera del día de San Bartolomé. Alejo y Andrés tenían los nervios que solo tienen los campeones. Su fama les obligaba otro año más a hacerse con el torneo de "Las Mangas", y con aquel chaleco que podían lucir los días de fiesta como trofeo.


El ambiente se iba calentando en la plaza de la iglesia de Cabizuela, aún de tierra. Una gran hoguera iluminaba a los luchadores de todos los pueblos de alrededor, que volvían a venir otro año para probar suerte. Solo pedían que no les tocara en los cruces eliminatorios ni Alejo ni Andrés.


Todos ataviados con su traje de faena, pero distinto cinturón. Uno ancho de cuero, para que el otro luchador se pudiera agarrar a él.


Y empezó la primera lucha. Tomás de Constanzana contra Andrés. El público, espectante, quería volver a ver una demostración de fuerza de su paisano.




Cuando el árbitro dió el comienzo, Andrés agarró el cinto del forastero con las dos manos y levantó en vilo aquel cuerpo de 110 kilos, para lanzarle contra el suelo, y que Tomás diera con su espalda en la arena. Primer luche vencido.





Se trataba de un combate de lucha leonesa al uso. Los pastores transhumantes, que subían con los hatajos de ovejas hasta León en verano, para bajar después a Plasencia en invierno, fueron los que trajeron estas costumbres a nuestro pueblo. No en vano, en la provincia de León, las disputas entre pastores se dirimían en un combate de lucha. Nada de puñetazos ni patadas. Solo el arte de tirar al contrario mediante zancadillas o levantandolo en vilo.


Y los pastores eran los mejores luchadores. Ya lo decía el refrán: "para la tierra, un labrador;pero para la lucha, pastor".


Una a una se continuaban las luchas, hasta llegar a la final, como siempre entre Alejo y Andrés. Los dos renunciaron al chaleco, ya que ya habían ganado varios cada uno.


-"¿Lo dicho?", preguntó Andres


- "Eso", respondió Alejo.


Y comenzó la última lucha.


Varios minutos de mañas, agarres y zancadillas, hasta que Andrés derribó a su oponente.


Los dos se dieron un abrazo, y llenos de magulladuras fueron al bar.


-"Un jarrillo de vino, que paga Alejo", dijo Andrés con sorna.




Y esa fue toda la apuesta. Luchar en una misma noche por un jarro de vino con más de diez hombres cada uno. Nobleza y deporte se daban la mano entre dos buenos amigos.

miércoles, 9 de abril de 2008

El hombre del saco

Cuántas veces no nos habrán asustado de pequeños para que volviéramos pronto a casa de jugar. Los pinares o la arboleda eran un lugar inseguro porque, por la noche, allí se escondía el hombre del saco.
Otro personaje de ingrato recuerdo era el sacamantecas. Si te portabas mal, te amenazaban con dejar que te llevara este criminal para sus fines.
Pues bien. Aunque parezca imposible estos dos personajes existieron, a caballo entre el siglo XIX y el XX, y su noticia llegaría a nuestro pueblo en forma de coplilla de ciego, habiendo quedado de esa manera para siempre en el imaginario popular.

El hombre del saco no es otro que Francisco Ortega, natural del pueblo almeriense de Gador, quien allá por 1910, engañado por unos curanderos de su pueblo, secuestró con un saco a un niño de siete años, con el fin de curar su propia tuberculosis. La cura consistía en beberse la sangre caliente de un zagal, y colocarse unas cataplasmas con las mantecas del mismo. Ortega mató al niño y, tras realizarle la autopsia, encontraron numerosos cortes en el cuerpo, con restos de sangre, así como otro a lo largo de todo su vientre, en el cual no se encontraba el saco seroso (mantecas). Ortega fue ajusticiado y murió a garrote.



El auténtico sacamantecas residió en la provincia de Álava a finales del XIX. Se llamaba Juan Díaz de Garayo, y tenía un aspecto feroz. Su actividad delictiva se dearrolló durante nueve años. Sus crímenes comenzaban con abusos sexuales y, si las jóvenes se resistían, las mataba practicando un corte en el vientre con un cuchillo, para sacar después sus mantecas. Pagó con la horca en la carcel de Vitoria en 1881, por seis asesinatos, de los cuales nunca se arrepintió aunque siempre se supo que fueron muchas más sus víctimas.

Hace ya muchos años de estos acontecimientos y sus autores ya fueron ajusticiados pero, por si acaso, no conviene bajar la guardia....

Chicharrones y picadillo (II)

Cuando llegaba la noche, se llevaban las artesas hacia el marrano, y se "estazaba".

Con precisión milimétrica, los mayores despiezaban el cerdo, separando perfectamente tiras de magro, tocinos, mantecas, jamones, costillas, espinazo, etc... Se preparaba el adobado para ciertas partes, y otras se dejaban orear para picarlas al día siguiente, y así embutir los chorizos.


Chorizos, longanizas, chorizos culares, bofeños...un sin fin de viandas con las que pasar el año.
Ese era el día de comer el picadillo, manjar dificilmente comparable con las jijas de los bares de hoy.
Después morcillas, freir los chicharrones, salar los jamones, echar al fresco, se concluía con varios días de trabajo, de los cuales se vería su fruto tomando una "tajá" o en la olla.

La temporada de matanzas se acababa. La gata volvía a casa y a su trabajo normal. Cazar ratones. Que para eso se la crió.

Chicharrones y picadillo (I)

La gata llevaba tres días sin aparecer en casa. Sin duda alguna, sus vacaciones de Navidad habían empezado. En esta época, es normal que estuviera en casa de algún vecino, comiendo depojos y sobras.
Era época de matanza.
La jornada empezaba pronto, apenas había salido el Sol. Reunidos en la puerta de casa, la familia y algún vecino, se iba a buscar el cerdo.
Al llegar a la pocilga, los cochinos aún dormían, pero su hora estaba cerca. Un gran mesa de madera a la puerta, sobre la cual estaban los mejores cuchillos, indicaba que se había preparado su patíbulo particular.

Tras pesar a la marrana con la romana, todos a una la subían a la mesa, para así poder atar sus patas. Y una vez bien sujeta, se oía el estruendoso gruñido, y su vida se iba acabando poco a poco en aquel barreño de latón, sujeto por alguna mujer. Cuando la muerte era clara, se volvía a llevar al suelo y allí chamuscarle. Unas retamas de los pinares, escobas y tamujas eran los combustibles, y poco a poco la piel del cerdo iba perdiendo su pelo, hasta apagarlo por completo, para sí poder rasparlo bien.
LLegaba la hora de colgarlo y abrirlo, para poder eviscerarlo. A la vez se cogía un poco de carne, hígado y lengua, que alguno con coche llevaba al veterinario de Papatrigo o San Pedro. La triquinosis había hecho mella, y había que estar bien seguro de lo que se comía.
En ese momento, como agradecimiento a los ayudantes, siempre aparecía una bandeja de pastas y polvorones, botellines de cerveza, vino, y algún que otro orujo.
Hasta por la tarde, poco más que hacer.
Las mujeres lavaban las tripas y el estómago. Agua fría y caliente, tierra y alguna pared de adobe sus instrumentos.
Continuará.........

martes, 8 de abril de 2008

Rindamos cuentas al Rey

Aquella fría mañana de 1751, la taberna de Cabizuela estaba más revuelta de lo habitual. No había nada que hacer en el campo, y varios vecinos esperaban expectantes la llegada de un forastero. Pocos días antes había llegado al pueblo una misiva en la que se les apercibía de la llegada al pueblo de Fausto de Cossio, un Juez Delegado de la Corona.
Según decía aquella carta se quería hacer un catastro, para reunificar todos los impuestos, y cerrar de una vez por todas el sistema feudal para pagar tan solo al reino.



Junto a un jarrillo de vino estaban "los Juanes", como así se los llamaban. Eran Juan Ruano y Juan Gómez, alcaldes del pueblo y sus pedanías (Los Galindos y Santiago de La Quemadilla). Con ellos conversaba Don Diego Vaquero, cura del pueblo, y hombre fedatario para estos trámites.

El juez amarró su caballo, y entró en la taberna:

Tras numerosas presentaciones, el escribano que acompañaba a Don Fausto, se sentó en una banquetilla, y comenzaron las preguntas.

Los hombres del pueblo contestaban a todo, como buenamente podían.

El término del pueblo era de 2700 obradas (2 leguas al Norte, 4 al Sur, y 4 de circunferencia). Limitaba con Bohodón, San Pascual, Cabezas, Constanzana, Pedro Rodríguez, Papatrigo y Cordovilla.
Todo tierras de secano, excepto algunas huertas, pinares, viñas y prados. Las tierras de dejaban una vez cada cuatro años de barbecho, para poder cosechar cebada, trigo, garrobas y centeno.
Por ese aprovechamiento debían de pagar el diezmo tercio, diezmo primicia, tercias y cuartilla a los Curas de Ávila, los del Colegio de San Gregorio de Valladolid, a las Monjas de Santa Ana, y algo más para la Catedral de Santiago de Compostela y para la construcción de la Iglesia de Cabizuela, fastuosa obra de granito que nunca se llegó a acabar.
Se molía en el molino del Arevalillo, propiedad del Marqués de Monterrón.
La cabaña ganadera estaba compuesta por vacas, bueyes, ovejas, caballos, mulas y cerdas de cría.
Había 48 cabezas de familia, que vivían en 62 casas, aunque aquí incluyeron la casa del Concejo, la carnicería y la fragua.
Como gastos comunes del pueblo, tan solo pagaban al alguacil, a una cuadrilla que limpiaba el pozo común, a los curas por oficiar, y las fiestas de San Bartolomé, San Cristobal y San Marcos. Además se pagaba a la casa de los locos de Valladolid y a la Sta. Casa de Jerusalén.



En el pueblo, además de la taberna, había un mesón, regentado por Manuel De La Iglesia. Pero la lista de oficios continuaba con un cirujano, un herrero, un sastre, varios jornaleros, labradores, ganaderos y, por desgracia, tres pobres de solemnidad.

Acabaron las preguntas, y, al irse el juez, la taberna quedó vacía. Tan solo "Los Juanes" y el señor cura permanecieron en el lugar, hablando sobre lo ocurrido esa mañana. Dudaban sobre los beneficios para el pueblo de aquel interrogatorio. A fin de cuentas, el aroma de la olla llegó a su olfato, y se disolvió la reunión.

El comienzo de una andadura

Al comenzar con estas letras, quiero dedicar esta nueva andadura a quienes nos precedieron y nos sucederán en el amor a este magnífico pueblo de la Moraña.

Con la creación de este blog quiero plasmar en la red la historia y las tradiciones de Cabizuela, modesta localidad abulense que ha pasado por infinidad de vicisitudes, pero que gracias al trabajo de sus hombres y mujeres, siempre ha sabido estar a la altura de su historia, y le concederán un futuro no menos próspero.

Cuando la vida nos ha hecho alejarnos de nuestras raíces, tan solo el regreso a ellas conseguirá que comprendamos todo lo que somos, y nos permitirá sentirnos orgullosos de nuestros antepasados. Así podremos enseñar a nuestros hijos de dónde vienen, y que nunca olviden que su vida, de una u otra manera, se forjó en Cabizuela.

Tan solo os pido que sepáis disculpar mis errores en esta nueva andadura que, sin duda, serán bastantes. Lo único que intento hacer es recoger las historias que los viejos de nuestro pueblo me contaron alguna vez, y así rendirles un sincero homenaje.